miércoles, 8 de septiembre de 2010

Me tuviste desde que nos saludamos

A veces me encuentro a mí mismo preguntándome si dos desconocidos en dos ciudades diferentes, los dos luchando contra el insomnio, nunca se arrastrarían fuera de la cama, se pondrían una sudadera encima, hurgarían en la oscuridad para encontrar las llaves del coche y se irían de puntillas hacia el garaje. No se han molestado si quiera a llevarse los calcetines o los zapatos, sólo se van porque la idea de escapar es irresistible y conducir por la noche siempre parece que es lo que hay que hacer cuando tienes el corazón pesado y necesitas estar solo.

Puede que él cierre la casa, se eche hacia la carretera, ponga su música favorita y conduzca por la interestatal. Son la una y media así que no hay ningún sitio donde ir y nada que hacer aunque hubiera una buena razón para pararse. Los policías están apiñados en las sombras del autopista cogiendo a velocistas, así que conduce por la ciudad 10 kilómetros bajo el límite y ni siquiera comprueba los retrovisores. Coge las esquinas. Lleva las ventanas bajadas, el aire arrastra el aroma de la tierra húmeda y las calles mojadas de la llovizna de verano que ha blaqueado la ciudad hace una hora. El constante martilleo de las gotas en la claraboya de su habitación complementaron el peso del insomnio bastante bien, lo mantuvo muy despierto toda la noche y eso fue lo que le llevó a pensar en primer lugar. Luchó todo lo bien que pudo, pero cuando los astillados y dolorosos recuerdos empezaron a entrar en su mente, él ya estaba en las últimas. Conducir es todavía la única forma que conoce de quitarse el nudo de su garganta. El dolor se ha vuelto algo familiar, pero eso no significa que duela menos.

Está solo y lo sabe.


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Puede que ella se deslice bajo la puerta del patio todo lo silenciosamente que puede, trepe sobre el húmedo jardín hacia su coche durmiente (aparcado un poco demasiado cerca de la cuneta) y robe la noche. Echa la lona que cubre el coche hacia atrás y deja que el viento silbe entre su pelo mientras los faros cavan hoyos en la neblinosa oscuridad de delante. Es la primera en admitir que algunas noches son peores que las otras, pero es en noches como esta cuando es más difícil respirar. No es que esté dolida por el pasado, se le rompió el corazón al principio y eso es un hecho, pero ha pasado suficiente tiempo para dejar que curase y ahora está empezando a respirar fácilmente otra vez. Desafortunadamente, algunos recuerdos producen maremotos de dolor de corazón, y cuando los pensamientos precisos la golpean, es como el copo de nieve que empieza la avalancha. Recuerdos amargos se precipitan rápidamente, empieza a hundirse y no importa lo que patalee o forcejee, todo le recuerda la forma en que solía ser... o mejor dicho lo amargamente que acabó. Es un Viernes pronto por la mañana y la mayoría de sus amigos tienen que levantarse a las seis y media así que no hay nadie a quien llamar, y es seguro que cualquier mensaje que envíe no será respondido hasta después de comer. Pero está bien, tampoco es que se sienta con ganas de hablar de todos modos. Sólo necesita conducir.

Estas personas son extraños. Nunca se han conocido antes. Ninguno tiene idea de que el otro existe.

Alomejor él vive en una pequeña ciudad a una hora al sur de la ciudad y siempre que se siente así se dirige hacia el norte. Hay algo en la marcada línea del cielo enmarcada por el sucio parabrisas que lo reconforta. Le da una meta fácil a la que dirigirse, un objetivo que seguir, algo en lo que pensar, al menos, algo para manterer su mente alejada de territorios hostiles. La oscuridad sienta bien. El frío aire de medianoche entrando y saliendo efusivamente a través de las ventanas le hace temblar pero no lo suficiente como para alejarlos. El ocasional par de faros alumbra la colina en frente y eventualmente se convierte en un irregular riachuelo mientras el campo se vuelve lentamente un suburbio. Coge una salida y se dirige al oeste en la carretera principal.

Quizá ella vive sola en un acogedor apartemento unas millas al este de la ciudad y siempre que se siente así, se va derecha al lugar secreto que sólo ella conoce. En realidad no es un secreto, es solo un pequeño parque al lado del lago con unas cuantos bancos para picnic, un patio con columpios y una arenosa playa. Ha estado ahí varias veces antes y siempre vuelve a casa sintiéndose un poco más decidida a moverse. Cuando las cosas van mal, columpiarse es su remedio. Desde que era pequeña, columpiarse durante horas siempre le ha ayudado a quitarse el aguijón de la soledad. Columpiarse hacía que todo estuviera bien, o al menos ayudaba al intento, y siempre era como si los problemas parecieran solucionarse después de horas en el columpio. Esta noche sabe que debe balancearse durante un largo rato, así que aparca el coche bien lejos de la claredad de las farolas y cruza el sombrío aparcamiento, todavía caliente del sol de la tarde.

Quizá la carretera enfrente da giros, subidas y bajadas, se pierde entre los valles y a veces le trae al borde de los suburbios, un umbral donde el mar de casas residenciales se convierte en puro bosque. Quizá ha apagado la canción o ha comprobado su teléfono, quizá no ha visto la señal que señalaba en el camino el pequeño parque al lado de lago que hay dos millas más adelante.

Quizá el parque esta extrematadamente negro, iluminado solo por la lámpara de jardín que está rodeada por una niebla de insectos. Ella hace su camino a través de la fría acera al lado de los columpios y sonríe por la súbita sensación de la arena en sus talones. Es una noche con brisa, su tipo favorito de brisa, suficientemente fría para que se sienta contenta de llevar una sudadera. Olas de agua fría burbujean cuando llegan a la playa y mojan la arena. Deja que el viento le despeine el pelo sobre su cuello mientras que sus ojos lentamente se acostumbran a la oscuridad. Se sienta en el columpio y bombea sus piernas. El iluso toldo late sobre su cabeza.

Quizá sus faros se arrastren a través del aparcamiento pero nunca aterricen en el único coche aparcado escondido entre las sombras. Retira la llave de contacto y solo permanece ahí sentado con los ojos cerrados un momento, escuchando el sonido del motor y el viento soplando sobre las hojas. No tiene ni idea de dónde está o de por qué ha acabado ahí, sólo se ha parado porque sentía que debía hacerlo. El sonido del agua en algún sitio del la oscuridad le llega a los oídos.

Quizá ella está totalmente perdida en ensoñaciones y belleza y fantasía, absorbida por el asombro, la maravilla, el exhuberante aroma del bosque, lago y reciente lluvia, solo columpiándose, columpiando sus problemas. Quizá ni siquiera le oye venir -después de todo, él también va descalzo. Él pasa de la acera a la arena y las llaves del coche le caen de la mano. Quizá el súbito ruido destruye el pacífico silencio y ella no puede hacer otra cosa que dar un grito ahogado mientras se precipita fuera de su distracción soñadora.

Quizá su grito ahogado le sobresalta a él y se gira para ver a una bonita chica en el parque columpiándose y mirándole detenidamente, tan sorprendido como él mismo lo está.

- Oh, lo siento muchísimo - tartaudea - No sabía que hubiera nadie aquí!

Quizá entrecierran los ojos en la oscuridad uno al otro durante un momento, sin saber qué decir.

- Oh, no pasa nada -finalmente contesta - Esta playa no me pertenece exactamente.

Quizá el decide que debería por lo menos empezar las cosas con buen pie y saludar. Los dos intercambian tímidos saludos y ríen nerviosamente. Él se disculpa por molestarla y empieza a caminar de vuelta al aparcamiento, pero ella le detiene. Ella duda, pero no puede evitar preguntarle cómo ha llegado aquí en medio de la noche. Él se para y cuenta que sinceramente no tiene ni idea, sólo tenía que salir de su casa y después de mucho conducir es aquí donde ha llegado. Ella le dice que, si hubiera un lugar perfecto al que escapar, sería este. Él echa un buen vistazo alrededor y no puede hacer otra cosa que estar de acuerdo con ella.

Quizá él pretende despedirse grácilmente y marcharse, y quizá ella no puede evitar señalar lo obvio - que hay un columpio vacío a su lado.

Quizá los dos empiezan a columpiarse y las horas pasan. Quién sabe sobre lo que hablan o lo que cada uno de ellos piensa secretamente.

Quizá ninguno de los dos es capaz de encontrar las palabras correctas para explicarlo, pero de alguna forma, mediante algún proceso inexplicable, las viejas heridas empiezan a curarse. Quizá las cosas pasen, quizá se sienta la seguridad, quizá la vulnebiliridad hace una repentina aparición y con ella, una avalancha de sinceridad, honestidad, amabilidad, compasión, empatía, comprensión y calidez. Quizá el doloroso pasado de ambos, milagrosamente empieza a parpadear y lentamente debilitarse.

Quizá sientan la conexión entre ellos, y no sólo esto es completamente inesperado sino también absolutamente hermoso.


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A veces me encuentro a mí mismo pensando que cosas como esta realmente pasan, que dos personas realmente se conocen de esta forma y en estos escenarios resultan muy bien los finales felices. Pero otra vez, soy un soñador, así que ¿qué se sobre el romance? No siempre deseo que yo estuviera involucrado en este tipo de escenarios soñadores mientras los imagino, quizá no estoy hecho cinematográficamente ,pero aún así, sería un mentiroso si dijera que nunca pienso en ellos.

¿Y si estas cosa realmente pasan? Quizá ocurren todo el tiempo. O quizá este tipo de momentos NUNCA pasan y la fantasía en sí misma se estira tanto y se vuelve tan delgada que se vuelve cliché y debe ser tachada de ridícula.

¿Pueden dos personas, dolidas por las mismas razones, aleatoriamente conocerse por accidente a las 2 de la mañana y sentir algún innato sentimiento de "conocimiento" de que la búsqueda ha terminado? Quizá ellos ni siquiera estén buscando, quizá los dos están intentando permanecer todo lo lejos posible de la mera idea de que enamorarse es posible, todo a causa de las pasadas roturas y todo el desastre que acarrearon cada una de ellas. No importa todo lo irremediablemente románticos que sean o de dónde vengan, la cuestión es que se conocen, y repentinamente el antiguo y familiar dolor del pasado y de las relaciones naufragadas desparecen. El antiguo dolor se desvanece de golpe. Están hechos el uno para el otro y lo saben.

Supongo que todo se cuece dependiendo de si crees o no en el amor, en la suerte, los accidentes o los milagros, pero todo eso a parte, ¿y si uno de los personajes de está tan conceptual historia fueras tú? ¿Y si hubieras pasado por más dolores de corazón de los que se pueden aguantar, y el segundo en el que conoces al amor de tu vida ni siquiera lo pensaras dos veces?

A saber.

Es una vieja fantasía, pero aunque sean improbables, soy el primero en admitir que me gusta pensar que historias como esta no son imposibles.

Este mundo está loco. Así que ¿y si escenarios como este son lo suficientemente locos para ser reales? ¿Y si es tan loco...?... que los meses y años pasan - y de repente esa noche en la playa pasa delante de sus ojos mientras se miran fijamente uno al otro, los dos vestidos, realmente escuchando sólo parcialmente a las palabras del cura.

La iglesia está repleta.

Quizá esto es tan loco, ella trata de verle a través del velo, pestañeando para quitarse lágrimas de alegría... y él no puede hacer otra cosa que sonreírle y susurrarle:

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(Me tuviste desde que nos saludamos)


Cuanto más pienso en ello, más apuesto que cosas como esta pasan todo el tiempo y ninguno de nosotros lo sabe.

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