martes, 20 de julio de 2010

Una asombrosa asamblea



Hace un par meses volví a casa después de una densa gira por EE.UU. y me permití unos cuantos preciosos días a mí mismo antes de que mi horario me hiciera subir a bordo de un avión rumbo a las afueras Australianas. Mi querida Mamá Oso es una profesora de primaria, y de tú a tú me pidió que dijera unas cuantas palabras de inspiración delante de un gimnasio lleno a rebosar de quinientos niños en una asamblea de un viernes por la tarde. Irónicamente esa era la misma escuela de primaria a la que fui cuando era una pequeña bestia salvaje así que me obligué a ir sin refunfuñar. Para hacer la situación un poco más cuca, el plan era que los niños fueran totalmente sorprendidos... y yo era la sorpresa.

Hehe.


Cuando llegué esa tarde, me llevaron a toda prisa y secretamente al almacén del gimnasio al lado del escenario antes de que nadie me viera. En una esquina había un colorido montón de esos malditos "patinetes" de gimnasio de los que me acordaba tan vívidamente de mis años de primaria. Quien sea que pensara que era una idea inteligente el fabricar piezas de cuatro ruedas de plástico duro para que ratas hiperactivas las despilfarraran, va más allá de mi conocimiento. La nostalgia me superó mientras dolorosos recuerdos pasaban delante de mis ojos en seis colores diferentes.



De pronto volví a la realidad debido al sonido de quinientas voces cantando algo que conocía muy bien.

Desde la oscuridad traté de ver algo a través de la pequeña obertura de la puerta para inspeccionar el caso. Los niños habían desfilado por el gimnasio y se habían asentado en varias filas ordenadas por cursos desde el jardín de infancia hasta quinto. Los profesores flanqueaban los dos lados, ocasionalmente disparando prohibitivas miradas a cualquier causante de barullo que pudiera causar algún escándalo. Los niños se sentaron con las piernas cruzadas en el suelo, cantando con toda la fuerza de sus pulmones mientras Fireflies sonaba atronadoramente desde un utilizado sistema PA y el vídeo era proyectado en una enorme pantalla. Merodeé por el backstage en las tinieblas absolutamente maravillado mientras escuchaba a los estudiantes cantar cada palabra de la canción que yo nunca imaginé que sería escuchada por NADIE, ahora cantada por una escuela entera. Fue un momento que me dio mucho que pensar y no lo puedo realmente describir con palabras. Me dio el más extraordinario de los sentimientos y sería un mentiroso si negara el brillo de mis ojos mientras la canción acababa y el canto terminó.


Era el momento.


Respiré profundamente, y con una gigantesca sonrisa salí de mi escondite con los brazos levantados sobre mi cabeza como si acabara de hacer el touchdown ganador de la Super Bowl. El recinto entero se volvió loco. Sentí mi pelo ondear como un alga mientras una gigante ola de rompedores gritos me golpeaban como un tsunami. El escándalo fue titánico. Era obvio que un montón de niños gritaban NO porque se dieran cuenta de que yo era "el tío del vídeo", sino simplemente porque todos los demás lo hacían. Era muy gracioso. Y ensordecedor.

Soy el primero en admitir que soy bastante tímido. En realidad, soy ridículamente tímido. Nunca me ha gustado hablar en público (la clase de discursos del instituto me asustaba como ninguna) ni tampoco he sido nunca una persona a la que se le de bien hablar, pero esta vez fue diferente. Todo lo que hacía o decía recibía una poderosa ovación. Mi sonriente madre esperaba en el centro del escenario con un micrófono, lista para preguntarme algunas cosas graciosas. Me preguntó sobre los hobbies que tenía cuando era pequeño, cuales eran mis deportes favortios, qué libros me gustaban más y lo mas importante, qué me inspiró para trabajar duro como estudiante de primaria. Durante cada pregunta la habitación estaba en total silencio, controlados y absotros en una atenta tranquilidad. Podría haber oído una aguja cayendo. Después de cada respuesta que daba, la asamblea entera se volvía totalmente loca. Nunca había presenciado tal locura. Ellos chillaban, gritaban, chirriaban, movían las manos en el aire, se arrojaban unos contra otros. Picaban contra las paredes, saltaban arriba y abajo, daban golpes con sus pies, corrían en locos círculos. Las chicas daban volteretas, los chicos forcejeaban. Era un absoluto descontrol. Semanas más tarde, no puedo hacer otra cosa que sonreír ampliamente cuando me acuerdo de esa escena histérica. No tuvo precio.

Di el rollo sobre como leer siempre me ha inspirado, no solo para componer música sino para mirar al mundo desde una maravillosa y optimista prespectiva. La cosa fue como una brisa y todos nos lo pasamos genial. Incluso estuve en la puerta mientras los niños se marchaban del gimnasio y cada uno me chocó la mano. Mi mano todavía me duele agradablemente.


Un par de semanas más tarde recibí veinticinco increíbles entrañables notas de agradecimiento de una de las clases de la escuela. Una de ellas fue particularmente reconfortante:



Un puro y perfecto ejemplo de la inocencia y sinceridad que cualquier niño lleva dentro. Fue especialmente considerado por parte de la pequeña Abby el incluir como última frase "Soy muy guay". Mis mejillas todavía me duelen de reírme.

Conducí a casa ese día más feliz de saber que a todos esos chicos les había tocado tanto una canción que yo escribí en el sótano de mis padres. Poco saben ellos lo mucho que me ha tocado a mí el formar parte de sus vidas de esa pequeña forma.

A los estudiantes y el personal de mi buen antiguo colegio de primaria, gracias por hacerme sentir bienvenido en vuestra asamblea. Fue una explosión.

Y a Abby, mis bendiciones, pequeña amiga.

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